Cuando somos niños nuestra atención está únicamente en el balón. Es el centro de todo el juego, tanto para los que están en pista como para quien está en la grada. Hacemos lo posible para tenerlo y cuando lo conseguimos se nos plantean muchos retos. Correr, botar, pasar, saltar, lanzar, etc. Son acciones que se están empezando a aprender. Es normal que se nos ocurra botar con dos manos, coger el balón y volver a botarlo. Que el lanzamiento a portería lo hagamos pero sin saber ni a donde va a ir localizado ni como lo hemos realizado.
Estamos empezando un camino de años y con el añadido del cambio físico en los años próximos. Por esa razón, el balón es la referencia para todos y más para el portero. La velocidad con la que llega a portería es asequible como para poder ver el balón en todo su recorrido y por lo tanto, reaccionar y moverse para pararlo. Por lo contrario, cuando estamos en etapas más desarrolladas tanto físicas como de juego, el balón ya no nos sirve de referencia. Por el simple hecho que no podemos reaccionar con tan solo fijarnos en este elemento. De hecho, si lo tomamos como única referencia, deberíamos adelantarnos y apostar por la intuición, arriesgándonos a que el lanzador nos observe y cambie la localización de este. Así que hay que tener otro estímulo al que podamos identificar y reaccionar.
El siguiente elemento que precede al balón es el brazo. Este es el que nos va a dar gran información sobre dónde se va a localizar. El hombro, el codo, la muñeca, la distancia del brazo-cuerpo, etc. Son los estímulos con los que vamos a tener que trabajar.
